sábado, 15 de septiembre de 2012
Una revolución Psicología: El estudio científico de la felicidad
La búsqueda de la felicidad es el auténtico motor de la historia. Todas las
utopías, sean políticas, religiosas, empresariales o personales comparten esta
misma finalidad. Cada ser humano anhela ser feliz sobre cualquier cosa para sí
mismo, y quizá incluso para los demás. Es el nirvana, el paraíso, y el colorín
colorado de todos los cuentos infantiles. Resulta paradójico, por lo tanto, que
sepamos tan poco sobre ella, que los presupuestos de los estados no destinen más
fondos, si es que dedican alguno, para estudiarla. Mientras que la Ciencia
investiga el genoma y las galaxias hasta producir detalladísimos mapas y
códigos, ha permitido que sobre este aspecto tan fundamental de la experiencia
humana circulen los más infundados prejuicios, supersticiones y mitos. Así nos
va, claro. Afortunadamente, en la última década ha ido surgiendo un movimiento
dentro de la psicología que por fin está sometiendo la felicidad a la medición
precisa, al estudio empírico y al debate académico del más alto nivel.
¿Puede el dinero comprar la felicidad? La pregunta del millón por fin tiene una
respuesta científicamente validada por numerosos estudios: no. A partir de un
cierto nivel mínimo de ingresos (suficientes para cubrir los requisitos básicos
de la vida), los aumentos de sueldo no afectan la satisfacción general de las
personas. Aunque parezca increíble, los estudios de la Psicología Positiva han
descubierto que el júbilo de los ganadores de la lotería es pasajero: a los
pocos meses de sus chillidos, champanes y alegrías televisadas vuelven a su
anterior nivel de felicidad. Las estadísticas más fiables revelan que la inmensa
mayoría de las personas, o al menos aquellas cuyas necesidades vitales están
cubiertas, afirman sentirse bastante o muy satisfechas con sus vidas, con
independencia de sus ingresos económicos. En los países “desarrollados” el nivel
de vida se ha disparado en los últimos 50 años, pero a lo largo de este período
la media de satisfacción no ha variado en absoluto, mientras que se han
multiplicado por diez los casos de depresión y han aumentado en menor medida
otras patologías como la ansiedad. Países pobres como la India o Nigeria tienen
índices de felicidad mayores que los de países ricos como el Japón.
Los científicos han descubierto la ironía de que las personas que más valoran el
dinero (las más afectadas por la cultura materialista que fomenta y es fomentada
por este modelo de progreso) tienden a sentirse menos satisfechas con sus vidas.
En definitiva, manejar un 4x4 y portar teléfonos móviles de última tecnología,
no significa que seamos más felices que nuestros abuelos. En general, la
Psicología Positiva está comprobando que la felicidad no depende mucho de los
factores externos. Se dice que la salud es lo primero, pero diversos estudios
han demostrado que prácticamente no afecta el nivel de satisfacción vital.
Incluso en casos extremos como las personas que se quedan parapléjicas después
de un accidente, parece ser que a las pocas semanas ya predominan las emociones
positivas, y que eventualmente vuelven a un nivel de satisfacción sólo
ligeramente inferior al original
¿De qué depende entonces la felicidad? Desafortunadamente, es cierto que una
buena parte de ella, aproximadamente un 50%, es hereditaria. Sin embargo,
también está comprobado que podemos afectar dónde nos situamos dentro del “rango
de felicidad” que la genética nos impone. Obtener estas mejoras supone, eso sí,
un cierto esfuerzo. Los placeres inmediatos y “fáciles” –las drogas, el sexo,
los dulces, la victoria, la televisión— pueden contribuir momentos maravillosos
a nuestras vidas (la Psicología Positiva también enseña técnicas para saborear e
intensificarlos al máximo). Sin embargo, no contribuyen a desarrollar una
satisfacción vital duradera. El secreto de la felicidad, al parecer, es algo que
su descubridor moderno, el científico Húngaro-americano Czikszentmihalyi bautizo
el “flujo”. Se trata de un estado natural de conciencia, un estado de
“experiencia óptima” que se produce cuando conseguimos estar totalmente
embebidos en la actividad que nos ocupa. Durante estos ratos nos olvidamos de
los relojes e incluso dejamos de sentir el paso de las horas –para la persona
que fluye, el tiempo “vuela”. La violinista durante un concierto, el marinero
con sus velas y la niña que juega no analizan lo que están haciendo. Se funden
con la actividad misma y pierden la conciencia de su propia identidad.
Saborear un helado en una tarde de verano en Roma inmediatamente genera una serie de sensaciones deliciosas, pero que duran sólo hasta acabarse la punta del cucurucho o cono (o incluso antes, si la persona se ha saciado). Tras ese fugaz destello de placer, no queda nada más que un bonito recuerdo, algo de energía física y quizás alguna carie o un poco de grasa acumulada. Por el contrario, el escalador que fluye no es consciente de ninguna emoción positiva durante su escalada. De hecho puede experimentar momentos de tensión o incluso pánico antes de llegar a la cumbre, aunque al finalizar se dará cuenta de haber disfrutado y puede sentir ganas de repetir la hazaña. Pero al afrontar ese desafío, el escalador habrá aprendido algo nuevo, habrá realizado parte de su potencial, habrá crecido. El flujo es la señal de esa conquista psicológica. Czikszentmihalyi, cuyo equipo ha realizado un seguimiento del flujo en la vida real de miles de personas, afirma que las personas que fluyen a menudo puntúan más alto que aquellas que fluyen poco en prácticamente todas las medidas de bienestar psicológico. Además, estas personas con los años desarrollan mejores relaciones sociales y tienen más éxito en sus vidas.
Hacia una revolución espiritual: La receta para la felicidad que recomienda la
Psicología Positiva es aparentemente sencilla: desarrollar las virtudes
personales y aplicarlas en los distintos ámbitos de la vida para así maximizar
los momentos de flujo. Sin embargo, como todos sabemos, escoger el camino del
crecimiento, con su esfuerzo y sus riesgos, sobre la vía del placer inmediato,
no resulta siempre tan fácil en la práctica. Y menos aun en una sociedad cada
vez más hedonista y comodona, que nos brinda en todo momento cincuenta canales
de televisión, una infinidad de destinos turísticos y un variadísimo menú de
antojos culinarios, posibilidades que podemos disfrutar sin apenas mover el
trasero excepto para posarlo en uno u otro acolchado asiento. La publicidad
omnipresente, que según algunos estudios nos tienta 3000 veces al día con
diversos atajos hacia el placer efímero, no facilita el trabajo.
.
A pesar de estos obstáculos en el camino hacia la felicidad, el hecho de
disponer por fin de un mapa científicamente validado representa un importante
primer paso, dado que gran parte de los occidentales del siglo XXI requieren el
sello oficial de la Ciencia para tomarse en serio cualquier conocimiento. La
revolución de la Psicología Positiva, aun en su infancia, no sólo promete ayudar
a millones de individuos a realizar su potencial, sino que supone un hito
significativo hacia el profundo cambio cultural y espiritual que muchos creemos
urgente para nuestra civilización. Finalmente una disciplina científica,
utilizando métodos rigurosos y objetivos, comienza a dar la razón a las
corrientes intelectuales que persiguen una vuelta a los valores esenciales
compartidos por todas las culturas. Ojalá esta revolución académica sea sólo el
preludio de una revolución más amplia y profunda del espíritu humano. A pesar de estos obstáculos en el camino hacia la felicidad, el hecho de disponer por fin de un mapa científicamente validado representa un importante primer paso, dado que gran parte de los occidentales del siglo XXI requieren el sello oficial de la Ciencia para tomarse en serio cualquier conocimiento. La revolución de la Psicología Positiva, aun en su infancia, no sólo promete ayudar a millones de individuos a realizar su potencial, sino que supone un hito significativo hacia el profundo cambio cultural y espiritual que muchos creemos urgente para nuestra civilización. Finalmente una disciplina científica, utilizando métodos rigurosos y objetivos, comienza a dar la razón a las corrientes intelectuales que persiguen una vuelta a los valores esenciales compartidos por todas las culturas. Ojalá esta revolución académica sea sólo el preludio de una revolución más amplia y profunda del espíritu humano.
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